EL DERECHO A TRABAJAR
Cuando el ser humano llega al estado adulto, tiene el deber de trabajar. Desgraciadamente al llegar a esta edad, vienen los problemas. El joven solicita un empleo y todos se ríen de él. "Venga mañana, venga dentro de quince días. Cuando haya una vacante le tendremos en cuenta"...
Así va pasando el tiempo y el joven se va angustiando poco a poco; quizá su familia, su madre, sus hermanos, tienen hambre y la única esperanza es él, su salario. Pero la Sociedad lo rechaza, el joven cae al abismo del delito. Es indispensable, para conseguir trabajo, el "padrino", la "palanca", la "cuña". Sin esto, sin las INFLUENCIAS, no hay trabajo para el pobre. Y el resultado no se hace esperar mucho tiempo. Aquel joven, lleno de ilusiones, esperanza de su familia y de la misma Sociedad, desesperado por el dolor se lanza al delito, al vicio, al crimen. Entonces la Sociedad pone el grito en el cielo; se le persigue, se le encarcela, se le mata.
Todo el mundo se alarma, pero nadie investiga la causa que llevó a ese joven al delito.
Lo mismo a jóvenes, a hombres, ancianos, se les niega la manera de ganar honradamente el pan de cada día.
Y hemos visto en las calles, junto a las grandes plazas de mercado, humildes labriegos huyendo con los frutos que han traído del campo. No se les deja trabajar porque no tienen el dinero para pagar un puesto en la plaza del mercado. Ellos que traen el maíz, el plátano, la papa, etc., para que vivan los habitantes de la ciudad; se les niega un sagrado derecho: TRABAJAR. El Estado tiene la obligación de velar por este derecho, porque trabajar no es un delito.
Si los gobiernos quieren un pueblo sano, fuerte, un país rico, floreciente, tienen que proteger el Trabajo.