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El Quinto Evangelio.- Esquema Gnóstico del Yo Psicológico

ESQUEMA GNÓSTICO DEL YO PSICOLÓGICO

Diversas escuelas de tipo pseudo-esotérico enfatizan la idea descabellada de un “Yo” doble: el primero lo califican de “Yo” superior; al segundo se le denomina “Yo” inferior. Nosotros decimos que superior e inferior son dos secciones de una misma cosa. Mucho se ha hablado sobre el Alter-Ego y hasta se le alaba y se le deidifica considerándosele divino. En nombre de la Verdad se hace indispensable decir que “Yo” superior e inferior son dos aspectos del mismo Ego, y que por lo tanto alabar al primero y subestimar al segundo resulta, fuera de toda duda, algo incongruente.

Nosotros hacemos una diferenciación correcta entre lo que es el “Yo” y lo que es el Ser. Podría objetársenos que tal diferenciación no es más que otro concepto emitido por el intelecto. Nosotros nos basamos en experiencias propias directas. Conocemos muy bien las diversas formas de intelectualización que existen y que ustedes tienen sus escapatorias; el deseo de hacer resaltar todo lo que tenga sabor a Ego. Es claro que el Ego no tiene ganas de morir y que quiere continuar en alguna forma; exquisitamente sutil sí, no en las formas densas y groseras. A nadie le puede gustar ver su querido Ego, “Yo”, reducido a polvareda cósmica así porque sí, porque un fulano cualquiera lo dijo en una sala de conferencias. Es apenas normal que el Ego no tenga ganas de morir y que busque filosofías consoladoras que le prometan un rinconcito en el cielo, un puesto en los altares o un más allá lleno de infinita felicidad.

Es necesario que comprendamos que todo en este mundo en donde vivimos pasa, las ideas pasan, las personas y las cosas pasan. Lo único estable y permanente es el Ser.

D. Maestro, ¿de qué sustancia están hechos los agregados psíquicos?

M. El animal intelectual equivocadamente llamado Hombre, todavía no posee una mente individual, no la ha creado, no la ha formado. La mente (el Manas, la sustancia mental) está desprovista de individualidad, posee diversas formas, se halla constituida en forma de agregados psíquicos, los cuales no son desconocidos por el budismo esotérico. Todos esos múltiples “Yoes” pendencieros y gritones que en su conjunto forman el mí mismo, están constituidos por sustancia mental más o menos condensada. Es este el motivo por el cual nosotros cambiamos continuamente de opinión (Ejemplo del vendedor de bienes raíces). El “Yo” que jura amor eterno a una mujer, mañana es desplazado por otro que nada tiene que ver con el juramento, y entonces el sujeto se retira dejando la mujer decepcionada. Vean ustedes lo que son las infinitas formas de la mente y de qué manera controlan los centros capitales del cerebro y cómo juegan con la máquina humana.

D. Maestro, en este planeta los “Yoes” hacen la vida llevadera; si los disolvemos, ¿no sería nuestra vida muy aburrida?

M. La auténtica felicidad estriba en la revalorización del Ser. Es incuestionable que cada vez que el Ser pasa por una revalorización íntima, experimenta la auténtica felicidad. Desafortunadamente, nosotros confundimos el placer con la felicidad y gozamos bestialmente con el alcohol, drogas, adulterio, juegos, etc. El límite del placer es el dolor y toda forma de goce se transforma en dolor. Obviamente, la eliminación del Ego revaloriza al Ser, dando como resultado la auténtica felicidad.

D. Maestro, ¿es inaplazable la formación de un Cuerpo Mental para no tener muchas mentes?

M. Ciertamente el animal intelectual no posee mente individual; en vez de una mente tiene muchas mentes. Crear el Cuerpo Mental y disolver el Ego es urgente cuando se quiere la auténtica revalorización del Ser.

D. Maestro, ¿será posible que una persona que regala dinero a la iglesia, que lee la Biblia, que hace obras de caridad y demás virtudes, tenga “Yoes”?

M. El “Yo” se disfraza de santo, de mártir, penitente, buen esposo, etc. Muchas personas virtuosas poseen agregados psíquicos. Recuerden ustedes que hay mucha virtud en los malvados y mucha maldad en los virtuosos. Entre la cadencia y los perfumes del Templo se esconde el delito;

los criminales más abyectos asumen poses pietistas, semblanzas de mártir, etc. En el Abismo hay muchos místicos y anacoretas que creen que van muy bien.

D. Maestro, ¿dónde queda el valor espiritual que tienen las buenas intenciones de un sincero que vive equivocado?

M. Recuerden que el camino que conduce al Abismo está empedrado de buenas intenciones. “Muchos son los llamados y pocos los escogidos”. Los malvados de todas las épocas han tenido muy buenas intenciones: Hitler, lleno de magníficas intenciones, atropelló a muchos pueblos y por su culpa murieron millones de personas. El verdugo que ejecuta una orden injusta, lleno de magníficas intenciones, asesina a sus semejantes. No debemos olvidar a la Santa Inquisición; entonces inquisidores con magníficas intenciones condenaron a muchos infelices a la hoguera, el potro, etc. Lo importante son las buenas obras y no las buenas intenciones. Los resultados son los que hablan; de nada sirven las buenas intenciones si los hechos son desastrosos.

D. ¿Cuál es el procedimiento para liberarse de los defectos?

M. Es urgente e inaplazable analizar y aniquilar el Ego en forma voluntaria y consciente. En relación con las personas, los defectos escondidos afloran espontáneamente, y si nosotros nos encontramos en estado de alerta percepción, alerta novedad, entonces vemos tal cual son en sí mismos. Defecto descubierto debe ser sometido al análisis, a la meditación, con el propósito de ser comprendido. No basta comprender el defecto, es necesario llegar a su honda significación; cualquier destello de Conciencia puede iluminarnos y en milésimas de segundo captar el hondo significado del defecto.

Eliminación es diferente; alguien podría haber comprendido un defecto y hasta haber penetrado en su honda significación y no eliminarlo, esto es indispensable para quedar libre de los defectos.

El Ego personal es una suma de “Yoes”. El animal intelectual es una máquina controlada por “Yoes”; éstos son los “Diablos Rojos” citados en el “Libro de los Muertos” del antiguo Egipto. Es indispensable saber que lo único digno que llevamos dentro es la Esencia; desafortunadamente ésta en sí misma está dispersa aquí, allá y acullá, enfrascada entre cada uno de los diversos “Yoes”.

Tratándose de comprender fundamentalmente cualquier defecto de tipo psicológico, debemos sincerarnos con nosotros mismos; desafortunadamente, la mente siempre busca excusas para justificar los errores. Es necesario autoexplorarnos para autoconocernos profundamente.

Cualquier error es polifacético y se procesa en las 49 regiones de la mente. El gimnasio psicológico es indispensable y éste es la vida; en la interrelación humana, en la convivencia con nuestros semejantes, existen infinitas posibilidades para autodescubrirnos, empero es obvio que la autovigilancia debe siempre procesarse de momento en momento.

La disolución del Ego se precipita si sabemos aprovechar hasta el máximo las peores circunstancias, ellas nos ofrecen las mejores oportunidades. El control de los defectos íntimos es superficial y está condenado al fracaso. Es necesaria la eliminación de nuestros defectos; con ello establecemos en nuestra Conciencia cimientos adecuados para el recto actuar. Comprensión es lo primero, Eliminación es lo segundo.

Lo que hace bello y adorable a todo niño es su Esencia; ésta constituye en sí misma su verdadera realidad. El normal crecimiento de la Esencia se lleva a cabo hasta los cinco primeros años; para que siga creciendo, algo muy especial debe pasar, esto es el trabajo sobre sí mismo. El desarrollo de la Esencia es únicamente posible a base de trabajos conscientes y padecimientos voluntarios.

Debemos saber nosotros que tenemos dentro de sí mismos eso que se llama Ego, “Yo”, etc., y que dentro se encuentra embotellada la Esencia y esto es lamentable. Disolver el “Yo” es indispensable; éste es el verdadero sentido del trabajo sobre sí mismo, pues nunca podríamos libertar la Esencia sin desintegrar previamente al “Yo” psicológico. A medida que los agregados psíquicos se van desintegrando, se emancipa y crece armoniosamente la Esencia. Es incuestionable que cuando el “Yo” psicológico muere, resplandece la Esencia, ella nos confiere belleza y la verdadera felicidad y los poderes de que ella es poseedora.

El mamífero intelectual no posee una individualidad definida; esta falta de individualidad es la causa de tantas amarguras. Nuestro cuerpo físico es una unidad completa y trabaja como un todo orgánico, a menos de estar enfermo; pero la vida interior del humanoide en modo alguno es una unidad psicológica; nos falta organización psicológica en el fondo íntimo de cada uno de nosotros. El humanoide no tiene un “Yo” permanente, sino una multitud de diferentes “Yoes” infrahumanos y absurdos. El pobre animal intelectual es semejante a una casa en desorden, en donde en vez de un amo existen muchos criados que quieren siempre mandar y hacer lo que les viene en gana.

El mayor error del pseudo-esoterismo es suponer que se posee un “Yo” inmutable y permanente sin principio ni fin. Si esos que así piensan despertaran Conciencia por un instante, podrían evidenciar su propia multiplicidad. Pensar que si una persona se llama Luis es siempre la misma, es absurdo; ninguna persona es siempre la misma, pues, constantemente se cae en contradicciones y cambios.

Cuando el “Yo” quiere continuar aquí y en el más allá, se autoengaña con el falso concepto de un “Yo” divino e inmortal. Ninguno de nosotros tiene un “Yo” permanente y ni siquiera poseemos legítima individualidad. Si pensamos en cada “Yo” como una persona diferente, podemos asegurar en forma enfática lo siguiente: “dentro de cada persona que vive en el mundo, existen muchas personas”. Cada una de estas personas lucha por la supremacía, quiere ser exclusiva y cree ser el todo, aunque sólo sea una pequeña parte. No podremos jamás conocernos a sí mismos sin la Autoobservación. En tanto un sujeto siga considerándose uno, es claro que cualquier cambio interior es más que imposible.

Reflexionando un poco sobre las diversas circunstancias de la vida, bien vale la pena comprender seriamente las bases sobre las cuales descansamos. Una persona descansa sobre una posición, otra sobre el dinero, etc. Lo más curioso, ya seamos ricos o mendigantes, es que necesitamos de todos y vivimos de todos, aunque estemos inflados de orgullo. Dentro de todo esto, nos creemos muy fuertes y somos espantosamente débiles. Es urgente Autoobservarse, de momento en momento, con el propósito de conocer claramente los fundamentos sobre los que descansamos; cuando uno descubre aquello que más le ofende en un instante dado, entonces descubre las bases sobre las cuales descansa psicológicamente.

Uno se asombra ante el espectáculo de un incendio; entonces las personas desesperadas se apoderan de las cosas más inverosímiles; son personas apegadas a esas cosas que no tienen la menor importancia; esto equivale a estar en estado de absoluta inconsciencia. Lo más grave de nuestra tragedia es que uno se piensa que está pensando, siente que está sintiendo, cuando en realidad es otro el que en un momento dado piensa con nuestro martirizado cerebro y siente con nuestro dolorido corazón. Cuántas veces creemos estar amando y lo que sucede es que otro “Yo” dentro de sí mismo, lleno de lujuria, utiliza el centro del corazón.

A medida que uno trabaja sobre sí mismo, va comprendiendo cada vez más y más la necesidad de eliminar radicalmente de su naturaleza interior todo eso que nos hace tan abominables. Son las peores circunstancias de la vida, las situaciones más críticas, los hechos más difíciles, los más propicios para el autodescubrimiento íntimo. Si uno en vez de perder la cabeza, identificarse, fascinarse con las cosas de la vida, se acordase de sí mismo, descubriría con asombro ciertos “Yoes” de los cuales jamás tuvo ni la más mínima idea, sospecha.

El sentido de autoobservación íntima se encuentra atrofiado en todo ser humano; autoobservándose de momento en momento, tal sentido se desarrollará en forma progresiva; a medida que el sentido de autoobservación prosiga su desarrollo mediante el uso continuo, nos iremos haciendo cada vez más capaces de percibir en forma directa aquellos “Yoes” sobre los cuales jamás tuvimos dato alguno relacionado con su existencia, y descubrimos que cada uno de ellos tiene características psicológicas inconfundibles, mediante las cuales aprehendemos, atrapamos intuitivamente su naturaleza íntima.

En principio el esoterista no sabe por dónde empezar, siente la necesidad de trabajar sobre sí mismo, pero se halla completamente desorientado. Aprovechando los momentos más difíciles, los instantes más adversos, descubrimos nuestros defectos sobresalientes y que debemos desintegrar urgentemente. Antes de acostarnos conviene que examinemos los hechos ocurridos en el día. Recordemos que en esoterismo, bueno es todo lo que está en su lugar, malo es todo lo que está fuera de lugar. ¿Qué dirías de un varón manso y tolerante que estuviese bendiciendo a una cuadrilla de asaltantes que intentasen violar a su mujer e hijas? ¿Qué opinaríais de un hombre servicial que en un instante dado prestase un puñal al asesino? El delito se disfraza de santo, usa las mejores virtu-des, se presenta como mártir. Dentro del perfume de la plegaria, también se esconde el delito.

Ver tales creaciones, observar esas monstruosidades del infierno, dentro de las cuales se encuentra embotellada nuestra mismísima Conciencia, se hace posible con el desarrollo progresivo del sentido de la autoobservación. Mientras tengamos esas aberraciones dentro, seremos una abominación, aunque nos creamos bellos o justos y hasta nos quejemos de la ingratitud de las demás personas y gritemos que no nos entienden. El sentido de autoobservación nos permite ver claramente al “Yo” que estamos disolviendo y los resultados patéticos y definidos del trabajo interior. Resulta interesante observar cómo tales bestias van perdiendo tamaño y por último se desintegran, liberándose la esencia que estaba embotellada en ese defecto. Todo esto implica, naturalmente, sucesivos trabajos de fondo, siempre continuos, pues ningún “Yo” puede ser desintegrado jamás instantáneamente.

En tanto no se haya producido la desintegración psicológica de todas esas abominaciones, ambiciones, envidia, etc., aún cuando nos creamos personas honradas, honorables, sinceras, caritativas, hermosas en el interior, etc., obviamente, no pasaremos de ser más que sepulcros blanqueados, hermosos por fuera, más por dentro llenos de asqueante podredumbre. Son muchas las personas que suponen que, mediante las buenas intenciones, es posible llegar a la santificación. Obviamente, mientras existan agregados psicológicos en nuestro interior, bajo el fondo de una mirada piadosa y de un rostro venerable, no podrá haber santificación.

En psicología revolucionaria se nos hace evidente la necesidad de una transformación radical, y ésta sólo es posible declarándonos a sí mismos una guerra a muerte, despiadada y cruel. No existiendo una verdadera individualidad en nosotros, resulta imposible que haya continuidad de propósitos. Lo que un “Yo” determinado afirma en un instante, no puede revestir ninguna seriedad debido al hecho concreto de que cualquier “Yo” puede afirmar exactamente lo contrario en cualquier momento; lo más grave es que hay personas que afirman enfáticamente ser siempre las mismas. El sujeto en sí no es más que una máquina que tan pronto sirve de vehículo a un “Yo” como a otro.

Obviamente, si uno no lucha contra la vida, ésta se lo devora, y son raros los aspirantes de verdad que no se dejan tragar por la vida; si no trabajamos sobre nosotros mismos, involucionamos y degeneramos, pues, no es posible que el verdadero Hombre surja mediante la Ley Mecánica Evolutiva, ya que esta Ley tiene su contraparte la cual es la Involución. Se Evoluciona hasta cierto punto perfectamente definido y luego viene el proceso Involutivo; a toda subida le sucede una bajada y viceversa.

Dentro del animal intelectual existen gérmenes o semillas que, convenientemente desarrolladas, nos convierten en verdaderos Hombres; para eso es necesario un ambiente adecuado, pues, es bien sabido que la semilla en un medio estéril no germina, se pierde.

Si queremos verdaderamente la unión con la Divinidad necesitamos con urgencia una verdadera revolución de la Conciencia. La revolución de la Conciencia tiene tres factores básicos que son los siguientes: Morir, Nacer, Sacrificio por la Humanidad. Vamos a estudiar qué es lo que debe morir en nosotros, qué es lo que debe nacer y por qué debemos sacrificarnos por la humanidad, por los demás.

Es urgente saber que el “Yo” es un conjunto de entidades que goza de cierta autoindependencia. Estos “Yoes” riñen entre sí y la mente es el campo de batallas. Cada uno de ellos se proyecta en los distintos niveles de la mente, tratando de satisfacer sus instintos animales, alimentándose de nuestros principios vitales. El “Yo” que hoy jura amor eterno a una mujer, mañana la odia. Dentro del hombre surgen contradicciones constantemente, ésta es la causa de que el hombre no es Hombre todavía, es tan sólo un animal intelectual. El animal intelectual no tiene Alma, su Alma está fraccionada. Cuando el “Yo” muere, el Alma se libera y es entonces cuando el hombre puede tener verdadera continuidad de propósitos, un verdadero centro permanente de Conciencia. Sólo en un Hombre con Alma, no existen las internas contradicciones. Sólo donde no existen las internas contradicciones hay verdadera paz interior.

El “Yo” psicológico gasta torpemente el material psíquico en explosiones de ira, codicia, envidia, lujuria, etc. Eliminar el “Yo” es una tarea difícil. El “Yo” se disuelve a base de rigurosa comprensión. La convivencia con el prójimo, el trato con las gentes, es el espejo donde podemos vernos de cuerpo entero. En el trato con las personas, nuestros defectos afloran, y si estamos vigilantes entonces los vemos. Todo defecto debe ser primero analizado y luego comprendido con el corazón. Cuando un defecto es comprendido en todos los niveles de la mente, se desintegra su elementario correspondiente, es decir, muere un pequeño “Yo”. Cada vez que muere un defecto nace un su lugar algo nuevo, una virtud, un poder del Alma, una Verdad, etc., etc.

Es urgente pasar por la muerte mística, es necesario fabricar Alma, es indispensable sacrificarnos por la humanidad, hay que dar la vida por nuestros semejantes. El matrimonio perfecto tuvo un principio, y por esto también tiene un fin. El dolor es el resultado de nuestros propios errores; cuando uno comete un error, el fruto es el dolor. Cometemos errores porque somos imperfectos; somos imperfectos porque tenemos el “Yo” dentro. Cuando el “Yo” desaparece adviene a nosotros la auténtica y verdadera felicidad.